por W. Ricardo 7 minutos de lectura.
Seguramente alguna vez te has preguntado cómo alguien descubre su verdadera pasión. En mi caso, el camino no fue directo ni sencillo. Durante años estuve perdido, siguiendo un rumbo que no me llenaba, hasta que, casi por casualidad, encontré en la escritura un refugio y, finalmente, mi propósito. En este artículo, te contaré cómo llegué hasta aquí y por qué escribir se convirtió en mi forma de vida.
Antes de cualquier otra cosa, me gustaría presentarme. Mi nombre es Walfre Ricardo Estrada Tobar, nací en la Ciudad de Guatemala el 12 de julio de 1990. Me identifico con mi marca personal, W. Ricardo, para diferenciarme de otros escritores llamados Ricardo Estrada. Principalmente, quiero evitar confusiones con Ricardo Estrada, autor de «El Ratón Pérez».
Dicho esto, podemos continuar con lo prometido en el índice.
Desde que salí del colegio (2007) no tenía la menor idea de lo que iba a hacer con mi vida. "Decidí estudiar Derecho, pero con el tiempo comprendí que no era mi verdadera pasión. Desde niño, cuando me ponía nervioso, inventaba historias graciosas sobre mí o los demás antes de decir la verdad, solo para hacer reír. Mi exnovia se dio cuenta de esto y, al verme perdido en el mundo laboral (o en la vida misma), me sugirió que plasmara esas historias por escrito.
Al escribir mis primeros cuentos fue donde verdaderamente encontré mi pasión como escritor. No me costó nada inventar y escribir esas narracionesDesde un inicio, mis historias se han caracterizado por no dejarse amarrar por las reglas de la realidad. De tal manera que he introducido personajes como demonios, vampiros, ángeles, alienígenas, etc.
A pesar de tener el talento, desconocía por completo el mundo de la literatura. No imaginé la inmensidad de historias de calidad que se han escrito a lo largo del tiempo y el espacio. Me hubiera gustado mucho tener a alguien que me hubiera sumergido en el mundo de la literatura clásica, pero tal vez si hubiera pasado esto, nunca habría escrito por temor a compararme con alguno de los grandes escritores (como a muchos les pasa).
Recuerdo que tanto era mi malestar en la carrera de derecho, y para acrecentar mi malestar existencial, mi exnovia, que tanto quería, se había ido al otro lado del mundo. Me encontraba completamente solo y mal ubicado.
La verdad es que he sido muy privilegiado al tener acceso a una educación, especialmente en mi país, en el cual solo un 1% tiene acceso a estudios universitarios. Sin embargo, ya subido uno al barco de la burguesía, nada puede hacer más que existir bajo sus condiciones sociales, y decidí comunicarles a mis papás que quería estudiar para ser escritor.
Esta noticia no fue bien recibida por mis papás, quienes inmediatamente me bajaron de mis nubes y me dijeron que en este país no había trabajos, que lo mejor sería que terminara mi carrera de leyes. No insistí más, pero mi cuerpo rechazaba por completo la carrera. Cada vez me sentía más desmotivado, desubicado y con mayor tensión en el cuello.
El sueño de ser escritor cada vez ocupaba más mi mente, así que comencé a buscar opciones académicas. Investigué en Argentina, Costa Rica , España y México, pero todas resultaban demasiado costosas. Sin embargo, no me rendí, porque recordé lo que un amigo había escrito en redes sociales: Guatemala no es un país malo, sino un lugar que brinda espacio para nuevas oportunidades de emprendimiento.
Revisé todos los pensum de letras y ninguno me llamaba la atención. Hasta que me enamoré de la propuesta de la Universidad del Valle. Tenía clases como crítica literaria, literatura griega, latina, nacional, centroamericana, estadounidense y europea, corrección de estilo, comunicación corporativa, lingüística, taller de arte dramático —la clase perfecta para mi carácter—, etcétera.
Ahí fue donde realmente empecé a explorar y a buscar mi propio ser auténtico, con paciencia y disciplina. Recuerdo que la escritora Lorena Flores me atendió muy bien, y me convenció de inmediato, regalándome un suspiro al hacerme saber que sí era posible ser escritor. Por fin, había encontrado alguien que hablaba el mismo idioma, que yo.
Nuevamente les presenté la propuesta a mis papás, pero otra vez fue rechazada. Estaba tan desesperado, que simplemente decidí ya no seguir estudiando. Claro, mis papás me mandaron a trabajar, ya que no quería estudiar. Gracias a Dios por mis papás, porque eventualmente se compadecieron de mí. Y al ver que estaba completamente decidido a seguir con mi pasión de crear mundos, invirtieron en mi carrera.
Mis años en la Universidad del Valle fueron de oro. Como éramos pocos en mi carrera, terminamos uniéndonos a estudiantes de otras disciplinas: programadores, químicos, biólogos, antropólogos e historiadores. Ahí hice grandes amigos, especialmente dos escritores: un poeta y un narrador que parecía una librería andante. Nos llamábamos "la trifuerza de letras" y vivíamos una vida digna de la que crea Roberto Bolaño en su obra «Los Detectives Salvajes».
Durante mis años en la universidad, fui auxiliar de cátedra en las clases de Filosofía y Expresión Oral y Escrita. Además, tuve la oportunidad de realizar mis prácticas de comunicación en el área de multimedia, por lo que se me podía ver en los pasillos, en las graduaciones o en los laboratorios químicos de la Universidad del Valle de Guatemala con una cámara de grabación. Luego, mis cortometrajes eran transmitidos en los medios de comunicación oficiales de la universidad.
Logré graduarme en el año 2016. Al año siguiente, tuve el privilegio de escribir mi primera novela para la editorial Santillana «Se busca novia?». Ese año me dije, «Ya lo logré, de aquí solo para arriba». No sabía lo perdido que estaba. Me faltaba comprender que la escritura no solo se trata de plasmar palabras, sino de saber cómo aprovechar mis habilidades narrativas, conectar con audiencias y crear contenido que realmente impacte, como lo hace el storytelling en publicidad y blogs corporativos.
Durante esta época, realicé un trabajo de investigación hemerográfica para un amigo de la familia, otra investigación sobre la historia sindical en Guatemala y una más en la que tuve que viajar a Honduras junto a mi hermano para obtener una noticia de la prensa de nuestro país vecino, la cual solo podía conseguirse presentándonos en la sede de La Prensa. Fue toda una aventura: casi nos achicharramos en un Mazda sedán sin aire acondicionado, atrapados en el tráfico de San Pedro Sula y Tegucigalpa.
También trabajé nuevamente como auxiliar de cátedra para una máster de la Universidad de San Carlos de Guatemala, donde aprendí mucho sobre seguridad internacional. Durante este período, profundicé en la historia de Centroamérica y comprendí que la unión regional es clave para su desarrollo, especialmente al conocer la historia de William Walker.
En el año 2018 empecé a escribir «Cambié el Amor por el Odio y Ahora Soy un Androide». Al perder la fe en mi sueño de crear historias, lo tomé solo como un pasatiempo, lo que llevó a que las primeras versiones fueran demasiado cortas o carecieran de una estructura narrativa sólida.
Mientras tanto, la rutina laboral sin un propósito personal empezó a pesarme. Cada día se volvía más monótono y agotador, y sentía que mi vida había perdido sentido.
Aunque sentía vacío, hice una analogía: si en la antigüedad los escribas eran los más tecnológicos, hoy la programación cumple ese rol. Por eso, tomé un curso de desarrollo web, lo que me permitió aprender HTML y mejorar mi comprensión del SEO en mi maestría, especializada en escritura y gestión de blogs y sitios web.
Siete años pasé trabajando en lo que podía: seguridad privada —en puestos como vendedor de servicios, coordinador de operaciones y logística, encargado de tomar video con dron para realizar estudios de seguridad—, poligrafía, estudios socioeconómicos y recursos humanos, siguiendo el consejo que me dio un amigo que trabajaba en la unidad de egresados de la universidad:
—Mientras averiguas en dónde te puedes ubicar laboralmente, hacé todo lo que podás. Así vas a descubrir que no te gusta… poco a poco, vas a ir descubriendo a qué dedicarte.
Durante mi exploración laboral, me dediqué a:
Durante este tiempo de exploración laboral, descubrí lo siguiente:
Gracias a estos conocimientos, junto a mi asesor de marca, Esteban Arredondo, descubrimos el concepto de «creador editorial»: un profesional que crea mundos auténticos y emocionales, trabajando con disciplina y paciencia para lograr metas duraderas.
Mi perfil profesional se centra en el marketing digital, utilizando storytelling y blogs para reforzar la identidad de marca, educar al cliente y conectar emocionalmente, siempre respaldado por datos que impulsan las ventas. Asimismo, me entusiasma ayudar a nuevos escritores a publicar sus obras por medio de sesiones de mentoría.
Aunque mi carrera me ha llevado por caminos distintos a la narración, cada experiencia ha reforzado mi identidad como escritor. Ya sea viviendo en un vehículo fuera del país por motivos de trabajo o siendo responsable de seguridad en una mina en Guatemala, siempre encontraba tiempo para escribir. Con una libreta en mano o en mi computadora, cada día me sorprendía descubriendo una fuente interminable de historias, poemas y reflexiones que alimentaban mi creatividad, sin importar dónde estuviera.
La narrativa nos hace creer que lo imposible es alcanzable. Nos muestra que la realidad no tiene por qué ser aburrida; si lo es, quizás hemos dejado de soñar, de arriesgarnos o de ser los protagonistas de nuestra propia historia. La vida solo cobra verdadero sentido cuando nos atrevemos a enfrentar conflictos y transformarnos.
Recuerdo una conversación con un amigo de derecho que dijo: «Las normas pétreas pueden cambiar si primero reformamos el artículo que dice que son inmutables». Esta idea me marcó porque refleja que nada está escrito en piedra, todo puede transformarse si tenemos la voluntad de hacerlo.
Las historias son una fuerza poderosa, capaces de motivarnos y de transformar nuestra forma de ver el mundo. Alejandro Magno admiraba a Aquiles, quien admiraba a Hércules. ¿No es eso prueba de que ficción y realidad se entrelazan? ¿Influyó el mito de Ícaro en los hermanos Wright para desafiar el cielo?
Los protagonistas de mis historias son los que deciden romper la rutina y explorar sus deseos más profundos. No son héroes infalibles, sino personas que enfrentan desafíos que los moldean, derrumban y reconstruyen. A veces alcanzan sus sueños, otras veces descubren que eran absurdos, pero siempre salen más fuertes y sabios.
Escribir es mi manera de explorar estos conflictos, de desafiar lo establecido y de demostrar que todos podemos ser protagonistas de nuestra propia epopeya. Al final, lo que nos define no es lo que imaginamos, sino lo que nos atrevemos a vivir.
¡Si te ha interesado mi historia y quieres seguir explorando mis mundos, te invito a que me acompañes en este viaje creativo! Sígueme en mis redes sociales para estar al tanto de mis próximos proyectos y publicaciones. ¡Tu apoyo es clave para seguir creando y compartiendo historias que inspiran!